Por Valeria Bazalar
Creo que nunca antes le he prestado tanta atención a un
armadillo como ahora. Ciertamente son adorables, con sus patitas de uñas largas
perfectas para construir madrigueras
y esa lengua viscosa que le permite atrapar insectos. Son animalitos nocturnos
con un olfato muy desarrollado que compensa la falencia de los otros, viven un
promedio de doce a quince años y se los encuentra en las Sabanas o en los
bosques húmedos de Sudamérica.
Desgraciadamente, el
Armadillo Gigante es uno de los tantos en la lista de animales en peligro de
extinción y el problema no es que sean adorables, ni que su coraza sea perfecta
para tenerla como adorno en quién-sabe-qué-parte-de-la-casa, el problema es que
los humanos nos sentimos dueños del universo cuando solo somos una pequeña
parte de él. Nos computamos dioses con derecho a hacer y deshacer solo porque
somos la raza pensante –aunque no sé
qué de pensante tiene todo lo que le hacemos al planeta-
Claro que mientras yo estoy
aquí sentada haciendo mi rabieta hay otras personas que, de hecho, hacen algo
por protegerlos. Tenemos a la Reserva Nacional Formosa en Argentina, por
ejemplo, creada en 1968 y que tiene como objetivo principal el cuidar de esta
especia –entre otras, por supuesto- . Esto es exactamente lo que aún me hace
tener fe en la humanidad, que exista gente buena que no se siente el centro del
universo, aún nos falta mucho, estoy consciente, pero mientras exista aunque sea una persona de
pie, hay esperanzas.
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